El Carnaval de Cádiz viene del Cristianismo. Las primeras referencias documentadas a la celebración del carnaval que
conocemos hasta ahora, se encuentran en la obra del historiador gaditano
Agustín de Horozco. Datan de finales del siglo XVI,
expone que en tiempos de carnaval, las gaditanas arrancaban las flores
de las macetas para lanzárselas unos a otros a modo de broma. Otros
documentos donde queda constancia de la celebración de los carnavales
son las Constituciones Sinodales de 1591 y los Estatutos del Seminario de Cádiz en 1596,
ambas contienen indicaciones para que los religiosos no participaran de
las fiestas de la misma forma que lo hacían los seglares. Estas
referencias, sobre el Carnaval, confirman que ya a finales del siglo XVI
las fiestas debían tener gran arraigo entre los gaditanos.
Del siglo XVII también existen referencias, un documento de 1636 reconoce la impotencia del poder civil ante la celebración popular y una carta del General Mencos fechada en Cádiz a 7 de febrero de 1652 se queja de que los trabajadores gaditanos se negaban a reparar su barco por estar en Carnestolendas. También se tiene constancia de los hechos acontecidos en 1678,
año en el que se acusó al clérigo Nicolás Aznar de mantener relaciones
adúlteras con una tal Antonia Gil Morena, a la que había conocido
durante los carnavales.
A partir del siglo XVIII se reiteran frecuentemente las órdenes intentando desterrar el Carnaval. En 1716
se prohibieron los bailes de máscaras por orden de la Corona,
prohibiciones que se repitieron a lo largo de todo este siglo. A pesar
de todo, existen testimonios que pueden confirmar que el desacato de las
órdenes era bastante notable. En el carnaval de 1776
se cometieron excesos en el convento de Santa María y en el de Nuestra
Señora de la Candelaria, lo que provocó escándalos en la ciudad. Este
mismo año visita la ciudad el viajero británico Henry Swinburne, que dejó testimonio sobre las celebraciones carnavalescas de los gaditanos.
Los carnavales continuaron en este siglo y se celebraron incluso durante el asedio francés y el reinado de Fernando VII. Otro de los intentos por prohibir los carnavales, fue el bando municipal del 20 de febrero de 1816 en el que se prohíbe de manera total la celebración de las fiestas carnavalescas, pero esta medida no tuvo ningún éxito.
El periodo entre 1920 y 1936, abarca un periodo de madurez de las agrupaciones. En éste podemos situar a Manuel López Cañamaque, autor más prolífico del carnaval junto a Agustín González, El Chimenea.
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